Historia de Himnos.
Bernardo de Clairvaux.
1091 - 1153.
En el año 1091 un caballero de la época
medieval, combatiente en la primera cruzada, junto con su esposa se gozaron con
la llegada de un hijo, el cual llamaron Bernardo.
Este muchacho de buena familia, tuvo muchas
ventajas y favores, éste mundo prometía mucho para él. Mas su madre oraba por
él y deseaba que él llegase a ser un "mensajero de Dios." Ella no
pudo ver sus oraciones contestadas, pues murió cuando Bernardo tenía 14 años.
La vida en el monasterio era muy dura, pero
Bernardo era diligente, aún cuando algunas veces su salud estuvo en peligro.
En el monasterio su perseverancia ganó
admiración, y después de dos años, él era un guía para un grupo de doce monjes,
que fueron la base para una nueva institución que estaba localizada en un
espeso bosque sin camino. Ellos trabajaron allí, lo transformaron y lo llamaron
Clairvaux, "El Valle de Luz."
La fama de Bernardo creció rápidamente,
pero sus días felices fueron gastados en el monasterio de Clairvaux. Allí el
gozaba de comunión con Dios.
Martín Lutero testificó de él: "Si
hubo alguien sobre la tierra, temeroso de Dios y un santo monje, éste era Bernardo
de Clairvaux."
Bernardo murió a los 63 años, cansado de
este mundo y contento de descansar. Sus últimas palabras fueron: "Que sea
hecha la voluntad de Dios."
La contribución de Bernardo a la himnología
fue en forma de poesías escritas en latín. Las dos más conocidas a nosotros
son: Jesús que dulce nombre y Rostro divino.
Esta última, en su original es una
meditación acerca de los sufrimientos de Cristo, y consiste en 350 líneas, y
está dividido en siete partes.
El otro poema ha sido considerado el más
dulce y evangélico de la edad media. Aunque algunos dudan de la autoría de
Bernardo, las mejores autoridades están convencidas que fue escrito por él.
David Livingstone narra que en sus viajes
en las selvas del África, este himno repicaba en sus oídos, y le animaba a
seguir adelante.
Sin duda, es una preciosa meditación,
demostrando que el corazón de Bernardo estaba lleno de la persona de Cristo. Él
en medio de las tinieblas del pecado, descansó en la luz y el calor de la
presencia del Señor.
Dejemos que el Señor entre en nuestros
corazones, y así permaneciendo en Él, clamemos al igual que Bernardo de
Clairvaux: "Jesús que dulce nombre."
Revista BET-EL Nro. 19
Marzo, 1983
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