lunes, 8 de octubre de 2012

¿Quien es mi prójimo?: III





En articulos anteriores comenzamos una serie, planteandonos la siguiente pregunta: ¿Quien es mi hermano?. Ahora nos toca preguntarnos: 

¿Quien es mi prójimo?: saber quién es mi prójimo nos prepara para ser mejores evangelistas.

Luc 10:29  Pero él,  queriendo justificarse a sí mismo,  dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

En primer lugar, vamos a mirar la escena de esta historia.
La carretera de Jerusalén a Jericó era notoriamente peligrosa. Jerusalén está a 800 metros sobre el nivel del mar; el Mar Muerto, cerca del cual está Jericó, está a 400 metros bajo el nivel del mar; así que, en menos de 30 kilómetros, la carretera salva un desnivel de 1.200 metros. Era una carretera estrecha, bordeada por rocas, con vueltas y revueltas que la hacían terreno abonado para los bandoleros. En el siglo v, Jerónimo nos cuenta que todavía la llamaban «El Camino Rojo», o «El Camino de la Sangre.» 
Nuestro buen Samaritano a sabiendas de lo que le esperaba al venir a este mundo, no se amilano estuvo dispuesto a arriesgar su propia vida a cambio de rescatarnos
cuando todos pasaban de largo, ignorando nuestra gravedad y miseria. El se identificó con nosotros.

En segundo lugar, fijémonos en los personajes.
(a) Tenemos al viajero (el que cae en manos de ladrones). A menos que tuviera una urgente necesidad, no fue muy prudente poniéndose en camino de Jerusalén a Jericó a solas, y menos si llevaba mercancías de valor. Los viajeros solían ir en convoyes o caravanas. Parece ser que este hombre estaba corriendo un riesgo innecesario.

(b) Tenemos al sacerdote. Se apresuró a pasar de largo. Sin duda tenía presente que, si tocaba a un muerto, quedaba siete días en estado de impureza legal (Números 19: I1). Eso le impediría cumplir sus deberes en el templo, y no podía arriesgarse. Las exigencias rituales estaban por encima de la caridad. El templo y la liturgia contaban más para él que la vida de un hombre.

(c) Tenemos al levita. Este parece que se acercó más al herido antes de pasar de largo. A veces los bandidos usaban reclamos así: uno de ellos se haría el herido; y, cuando un viajero ingenuo se paraba a ayudar, los otros bandidos se le echaban encima y le robaban. Tal vez el levita tenía la consigna de que «lo primero es la seguridad.» No valía la pena correr riesgos para ayudar a nadie.

(d) Tenemos al samaritano. La audiencia esperaría que ése fuera el más despiadado de todos. A lo mejor no era samaritano de raza, porque los judíos no tenían trato con los .samaritanos, y sin embargo parece que éste era un viajante de comercio al que conocía bien el mesonero. En Jn_8:48  los judíos llaman samaritano a Jesús. Se daba ese nombre a los herejes y a los que no cumplían la ley ceremonial. Tal vez este hombre era samaritano en el sentido de que los judíos fanáticos le despreciaban.
Notamos dos cosas interesantes acerca de él.
(i) ¡Tenía buen crédito! El mesonero estaba dispuesto a fiarse de él. Tal vez no fuera muy sano teológicamente, pero era honrado.
(ii) Fue el único que estuvo dispuesto a ayudar. Puede que fuera hereje, pero tenía amor en el corazón. No es tan raro encontrar que los religiosos están más interesados en los dogmas que en la ayuda al necesitado, y que el que desprecian los religiosos es el que ama a su prójimo. A fin de cuentas se nos ha de juzgar, no por nuestro credo, sino por la vida que vivimos.

En tercer lugar, la respuesta de Jesús implica tres cosas.
(i) Debemos ayudar al necesitado aunque se haya metido en líos por su propia culpa o imprudencia, como era probablemente el caso del viajero de la parábola.
(ii) Cualquier persona de cualquier nación que está necesitada es nuestro prójimo.
(iii) La ayuda debe ser práctica y no limitarse a sentirlo mucho. Es posible que a eso sí llegaron el sacerdote y el levita, pero no hicieron nada más. La compasión, para ser real, tiene que desembocar en obras.
Lo que Jesús le dijo al escriba nos dice también a nosotros: «Pues, anda; obra tú de la misma manera.»

Ni la religión con sus leyes impuestas pueden hacer algo por el beneficio espiritual de la humanidad. Solo uno que no era de este mundo, nuestro buen Samaritano (Jesús), pudo y quiso identificarse con nosotros, llegando donde el pecado nos había dejado tirados, moribundos y medio muertos. Sanando nuestras heridas y cambiando nuestra condición de olvidados e ignorados junto al camino, a curados y puestos a buen resguardo en un lugar seguro;  Además pagando por ello, para nosotros ha sido gratis, para Él le costó su vida.
¿Quién es mi prójimo? Es alguien con el cual debo identificarme, recordando que así era mi condición pasada. Es alguien con quien debo compartir de lo que he recibido. ¿Lo vemos así?, o somos más como el Levita o el Sacerdote. El Samaritano era extranjero y despreciado, a pesar de eso era bueno y sensible a las necesidades ajenas. Sigamos su ejemplo.
facebook: Sergio Simoes
tweeter: @heraldo67

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