En articulos anteriores comenzamos una serie, planteandonos la siguiente pregunta: ¿Quien es mi hermano?. Ahora nos toca preguntarnos:
¿Quien es mi prójimo?: saber quién es
mi prójimo nos prepara para ser mejores evangelistas.
Luc 10:29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
En primer lugar, vamos a mirar la escena de esta historia.
La carretera de Jerusalén a Jericó era
notoriamente peligrosa. Jerusalén está a 800 metros sobre el nivel del mar; el
Mar Muerto, cerca del cual está Jericó, está a 400 metros bajo el nivel del
mar; así que, en menos de 30 kilómetros, la carretera salva un desnivel de
1.200 metros. Era una carretera estrecha, bordeada por rocas, con vueltas y
revueltas que la hacían terreno abonado para los bandoleros. En el siglo v,
Jerónimo nos cuenta que todavía la llamaban «El Camino Rojo», o «El Camino de
la Sangre.»
Nuestro buen Samaritano a
sabiendas de lo que le esperaba al venir a este mundo, no se amilano estuvo
dispuesto a arriesgar su propia vida a cambio de rescatarnos
cuando todos pasaban de largo,
ignorando nuestra gravedad y miseria. El se identificó con nosotros.
En segundo
lugar, fijémonos en los personajes.
(a) Tenemos
al viajero (el que cae en manos de ladrones). A menos que tuviera una
urgente necesidad, no fue muy prudente poniéndose en camino de Jerusalén a
Jericó a solas, y menos si llevaba mercancías de valor. Los viajeros solían ir
en convoyes o caravanas. Parece ser que este hombre estaba corriendo un riesgo
innecesario.
(b) Tenemos
al sacerdote. Se
apresuró a pasar de largo. Sin duda tenía presente que, si tocaba a un muerto,
quedaba siete días en estado de impureza legal (Números 19: I1). Eso le
impediría cumplir sus deberes en el templo, y no podía arriesgarse. Las
exigencias rituales estaban por encima de la caridad. El templo y la liturgia
contaban más para él que la vida de un hombre.
(c) Tenemos
al levita. Este parece que se acercó más
al herido antes de pasar de largo. A veces los bandidos usaban reclamos así:
uno de ellos se haría el herido; y, cuando un viajero ingenuo se paraba a
ayudar, los otros bandidos se le echaban encima y le robaban. Tal vez el levita
tenía la consigna de que «lo primero es la seguridad.» No valía la pena
correr riesgos para ayudar a nadie.
(d) Tenemos al samaritano. La audiencia esperaría que ése
fuera el más despiadado de todos. A lo mejor no era samaritano de raza, porque
los judíos no tenían trato con los .samaritanos, y sin embargo parece que éste
era un viajante de comercio al que conocía bien el mesonero. En Jn_8:48 los
judíos llaman samaritano a Jesús. Se daba ese nombre a los herejes y a los que
no cumplían la ley ceremonial. Tal vez este hombre era samaritano en el sentido
de que los judíos fanáticos le despreciaban.
Notamos
dos cosas interesantes acerca de él.
(i) ¡Tenía buen crédito! El
mesonero estaba dispuesto a fiarse de él. Tal vez no fuera muy sano
teológicamente, pero era honrado.
(ii) Fue el único que estuvo
dispuesto a ayudar. Puede que fuera hereje, pero tenía amor en el corazón. No
es tan raro encontrar que los religiosos están más interesados en los dogmas
que en la ayuda al necesitado, y que el que desprecian los religiosos es el que
ama a su prójimo. A fin de cuentas se nos ha de juzgar, no por nuestro credo,
sino por la vida que vivimos.
En
tercer lugar, la respuesta de Jesús implica tres cosas.
(i)
Debemos ayudar al necesitado aunque se haya metido en líos por su propia culpa
o imprudencia, como era probablemente el caso del viajero de la parábola.
(ii) Cualquier
persona de cualquier nación que está necesitada es nuestro prójimo.
(iii) La
ayuda debe ser práctica y no limitarse a sentirlo mucho. Es posible que
a eso sí llegaron el sacerdote y el levita, pero no hicieron nada más.
La compasión, para ser real, tiene que desembocar en obras.
Lo que
Jesús le dijo al escriba nos dice también a nosotros: «Pues, anda; obra tú de
la misma manera.»
Ni la
religión con sus leyes impuestas pueden hacer algo por el beneficio espiritual de
la humanidad. Solo uno que no era de este mundo, nuestro buen Samaritano
(Jesús), pudo y quiso identificarse con nosotros, llegando donde el pecado nos
había dejado tirados, moribundos y medio muertos. Sanando nuestras heridas y
cambiando nuestra condición de olvidados e ignorados junto al camino, a curados
y puestos a buen resguardo en un lugar seguro;
Además pagando por ello, para nosotros ha sido gratis, para Él le costó
su vida.
¿Quién
es mi prójimo? Es alguien con el cual debo identificarme, recordando que así
era mi condición pasada. Es alguien con quien debo compartir de lo que he
recibido. ¿Lo vemos así?, o somos más como el Levita o el Sacerdote. El
Samaritano era extranjero y despreciado, a pesar de eso era bueno y sensible a
las necesidades ajenas. Sigamos su ejemplo.
facebook: Sergio Simoes
tweeter: @heraldo67
No hay comentarios:
Publicar un comentario