La Orotava, Tenerife, España 15/06/2006, 02/03/2014.
Sta Cruz, Tenerife, España, 14/05/2009.
La Paterna, Gran Canaria, España, 25/05/2010.
Impedimentos
a nuestras peticiones.
1. Nuestras INFIDELIDADES: Isa
59:2 pero vuestras iniquidades han hecho división entre
vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros
su rostro para no oír. Sal
66:18 Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría
escuchado.
La
demanda que hace el profeta Isaías a Israel es su poca fidelidad hacia
Dios, ellos habían preferido seguir y servir a dioses ajenos, antes que al Dios
vivo. La idolatría era su pan cotidiano, este era el pecado que Dios abominaba.
Este pecado no solo había conseguido alejar a Dios de ellos, sino que el clamor
que pudiera elevar el pueblo no sería oído por Dios. No solo Israel sentía sus oraciones estorbadas sino que el Salmista
describe su experiencia de infidelidad a Dios, de una manera tan sensible que
una sola mirada de infidelidad sería la causa de que el Creador cerrara sus
oídos a nuestras peticiones.
¿Pero
quedamos nosotros exentos de esta consecuencia a la que se expuso Israel y el
Salmista pudiendo abusar de alguna manera de la gracia de Dios en el tiempo
presente? ¡En ninguna manera! El Apóstol Juan nos describe en su carta primera
la siguiente afirmación: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo. 1Jn 2:1. Jugando un papel importante en esta condición la
confesión sincera a Dios. Pero la conciencia liberada y limpia, es el
complemento para ser agradables delante de Dios. “Si nuestro corazón no nos
reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos la
recibiremos de él”. 1Jn 3:20-22.
Si
queremos que Dios responda a nuestras peticiones, debemos vivir en obediencia
hacia Dios y su palabra. Debemos ser fieles, desechando la impiedad.
2.
Nuestra INCAPACIDAD de perdonar: Mar
11:24
Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo
recibiréis, y os vendrá. 25
Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra
alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone
a vosotros vuestras ofensas. 26
Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los
cielos os perdonará vuestras ofensas.
Encontramos aquí dos ingredientes que no deben
faltar en nuestras oraciones: la fe y el perdón hacia nuestros hermanos, siendo
esta última la que más énfasis se hace, me llama la atención la frase “si
tenéis algo contra alguno” Pudiera denotar el procedimiento a seguir, soy yo el
que debe dar el primer paso. Cuántas veces hemos escuchado la frase “Yo no
tengo nada contra él, pero no se me olvida lo que me hizo”. Esto no es corregir
lo deficiente. Mateo 5:23-24 no da la clave, la reconciliación. Leemos: “Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda,
reconcíliate primero con tu hermano, y
entonces ven y presenta tu ofrenda”. El Señor esta declarando que es necesario
posponer el sacrificio a Dios, una de las cosas más importantes para un judío y
reconciliarse con su hermano antes.
Perdonar es olvidar y nuestro Dios es el ejemplo a
seguir, Él ha arrojado nuestros pecados a lo profundo del mar para nunca más
acordarse de ellos. Miqueas 7:19.
Y eso es lo que Él exige de nosotros. El perdón no debe ser
practicado a medias, sino en su totalidad. Si no tenemos esta práctica plena en
nuestras vidas, difícilmente nuestras peticiones subirán más allá del techo.
Una vida dominada por el placer
tiene ciertas consecuencias inevitables.
(i) Hace que las personas se lancen al cuello las unas de las otras.
Los deseos, como dice Santiago, son poderes bélicos en potencia. Hacen que las
personas estén en guerra unas con otras. Desean fundamentalmente las mismas
cosas -dinero, poder, prestigio, posesiones terrenales, gratificación de las
concupiscencias corporales. Cuando todos se esfuerzan por poseer las mismas
cosas, la vida se convierte inevitablemente en un campo de batalla. Se pisotean
unos a otros para llegar antes; harán lo que sea para eliminar a un rival.
(ii) El ansia de placer arrastra a las personas a acciones
vergonzosas. Las impulsa a la envidia y a la enemistad; y hasta al asesinato.
Para llegar a conseguir lo que desea, una persona tiene que tener una fuerza
motriz en el corazón. Podrá privarse de cosas que su deseo de placer le impida
hacer; pero, mientras tenga ese deseo en el corazón, no está a salvo. Puede
explotar en cualquier momento haciendo algo que traiga ruina.
Los pasos del proceso son sencillos y terribles. La persona. se
permite desear algo. Aquello empieza a dominarle el pensamiento; se encuentra
pensando en ello involuntariamente, tanto en la vigilia como en el sueño. Llega
a ser para ella lo que se llama propiamente una pasión dominante. Empieza a imaginar maneras para obtenerlo,
que pueden implicar eliminar a los que se interpongan. Esto puede mantenerse en
su mente cierto tiempo; y de pronto, de la imaginación pasa a la acción; y
puede que se encuentre dando pasos terribles que son necesarios para la
consecución del objeto de su deseo. Todos los crímenes del mundo empiezan por
un deseo que en un principio no es más que un sentimiento del corazón pero que,
abrigado largo tiempo, acaba por llegar a la acción.
(iii) El ansia de placer acaba por cerrar la puerta de la oración. Si
las oraciones de una persona se limitan a aquellas cosas que pueden gratificar
sus deseos, son esencialmente egoístas; y, por tanto, no es posible que Dios
las conceda. El fin verdadero de la oración es decirle a Dios: «Hágase Tu
voluntad.» La oración de la persona dominada por el deseo del placer es: «Que
se cumplan mis deseos.» Es indudable que los egoístas no pueden orar como es
debido; nadie podrá nunca orar como se debe orar si no ha desplazado su ego del
centro de su vida, y ha dejado que sea Dios Quien lo ocupe.
En esta vida tenemos que escoger entre nuestros deseos y la voluntad
de Dios. Si escogemos nuestros deseos, nos alejamos de nuestros semejantes y de
Dios.
Nuestras
oraciones deben estar basadas generalmente en beneficio de los demás, esto no
quiere decir que no debemos pedir por nosotros, sino que al orar debemos poner
nuestros propios deseos de lado y orar en la voluntad de Dios.
4. La INCOMPRENSIÓN conyugal: 1Pe
3:7 Vosotros, maridos, igualmente, vivid con
ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y
como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones
no tengan estorbo.
¿Cuáles eran
las obligaciones del marido?
(i) Debe ser
comprensivo. Debe ser considerado y sensible a los
sentimientos de su mujer. La madre de Somerset Maugham era una mujer hermosa
que tenía el mundo a sus pies, pero su padre no tenía ningún atractivo. Alguien
le preguntó a ella alguna vez: " ¿Por qué sigues fiel a ese feo tipejo con
el que te casaste?» Su respuesta fue: «Porque nunca hace nada que me moleste.»
La comprensión y la consideración habían forjado un vínculo inquebrantable.
(ii) Debe
ser caballeroso. Debe tener presente que la mujer es el sexo débil
y tratarla con cortesía. En el mundo antiguo, la caballerosidad con las mujeres
era casi desconocida. Era, y todavía es, algo muy corriente en Oriente el ver a
un hombre montado en el burro mientras la mujer va a pie. Fue el cristianismo
el que introdujo la caballerosidad en las relaciones entre hombres y mujeres.
(iii) Debe
recordar que la mujer tiene los mismos
derechos espirituales. Es
coheredera de la gracia de la vida. Las mujeres no participaban en los actos de
culto de los griegos y los Romanos. Aun en la sinagoga judía no tomaban parte
en el culto, y todavía es igual en las sinagogas ortodoxas. Cuando se
las-admitía en la sinagoga de alguna manera, estaban segregadas de los hombres
y ocultas detrás de una pantalla. Aquí, en el cristianismo surgió el principio
revolucionario de que las mujeres tienen iguales derechos espirituales, con lo
cual cambió radicalmente la relación entre los sexos.
(iv) A menos que
el hombre cumpla con estas obligaciones, hay una barrera que impide que sus
oraciones lleguen a Dios. Como dice Bigg: "La
imagen de una esposa injuriada se encuentra entre las oraciones del marido y la
escucha de Dios.»
Aquí hay una gran verdad. Nuestra relación con
Dios nunca puede ser como es debido si no lo es nuestra relación con nuestros
prójimos.
5. Nuestra INCREDULIDAD: Stg 1:6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el
que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento
y echada de una parte a otra. 7 No piense,
pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.
Pero Dios da
con generosidad. Filemón, el poeta griego, llamaba a Dios «el Que arpa los regalos,»
no en el sentido de que Le guste recibir regalos,, sino de que Le encanta
darlos. Y Dios no echa luego en cara nada de lo que da. Da con todo el
esplendor de Su amor, porque Le es absolutamente natural el dar.
Debe
recordar cómo debe pedir el necesitado: Debe pedir sin dudas. Debe estar
seguro, tanto de que Dios puede, como de que tiene voluntad de dar. Si lo pide
con dudas, su mente está como el oleaje, a merced del viento que lo impulsa de
un lado para otro. Mayor dice, que es como un corcho arrastrado por las olas,
ahora cerca de la playa, luego cada vez más lejos. Tal persona es inestable en
todas sus actuaciones. Santiago dice claramente que tal .persona es dípsyjos,
que quiere decir literalmente que tiene dos almas, o dos mentes, en su.
interior: una cree, y la otra no cree; y es corro una guerra civil en persona;
porque la confianza y la desconfianza en Dios están librando una batalla
continua la una contra la otra.
Si vamos a
usar las experiencias de la vida como es debido para obtener un carácter
íntegro, tenemos que pedirle a Dios sabiduría. Y cuando Se la pidamos, debemos
tener presente la generosidad absoluta que Le caracteriza, y estar seguros de
que pedimos creyendo que vamos a recibir lo que Dios sabe que es bueno y
conveniente que tengamos.
Fe
es la certeza de lo que se espera la convicción de lo que no se ve, deberíamos
pedirle a Dios como si ya tuviésemos lo que le estamos pidiendo y más aún dando
gracias por ello. Por su puesto sujetos a la voluntad de Dios.
Cuando
oremos examinémonos antes y quitemos todos los impedimentos que hemos puesto
entre nuestras peticiones y su bendita voluntad.
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