Himnos históricos.
La
mirada de fe.
A las 9:00 a.m. la joven se presentó en
el estudio privado de su papá, el Capitán, tal como él le había exigido.
Efectivamente, le esperaba, y sobre la mesita estaba el látigo que usaba siempre
al pasear a caballo. El hombre tuvo la decencia de aceptar primeramente el
papel que Amelia le ofreció, probablemente pensando que se trataba de una
confesión o súplica.
La
familia tenía una larga tradición militar. Uno y otro habían defendido el Imperio
en apartados rincones del mundo. Guillermo Hull ocupaba ahora la mansión
señorial allá en el suroeste de Inglaterra, hoy día un parque público. Bien
sabía que era heredero y guardián del honor de sus antepasados.
Tradición,
disciplina, educación, comodidad: todo esto, y bastante religión y orgullo, era
lo que impregnaba el hogar, y los hijos fueron criados en ese estilo de la alta
sociedad europea de antaño. Pero, como todo buen padre, el Capitán amaba y
cuidaba a la menor de los once, y ahora Amelia era la que se quedaba con los
padres. Tenía sólo veinte años de edad en 1832.
Fue,
entonces, con furia y dolor que el severo patriarca había sabido directamente
de su hija que ella se había atrevido a salir de la villa para asistir a una
reunión en una tienda de lona levantada cerca de la base naval. ¡La culta y
delicada niña de su ojo se quedó escuchando a un mero desconocido predicador!
Para colmo, era un evangelista que andaba entre la gente del pueblo, ¡ni
siquiera de la Iglesia establecida!
El
militar fue tajante. Ninguna hija suya volvería a escuchar a "esos
vociferadores." Él había manifestado al estilo suyo que ella, al hacerlo
de nuevo, sería azotada con fuerza. Amelia sabía que Papá no era exagerado ni
mentiroso — pero con todo asistió una segunda vez.
Ella
oyó de la santidad y el amor de Dios, y de la necesidad y oportunidad que hay
para todo pecador de recibir al Hijo de Dios como Salvador de su alma y Señor
de su vida. El segundo mensaje se basó en las palabras de Juan capítulo 3:
"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna."
Amelia captó la ilustración. Aquel pueblo
de la antigüedad (la historia está en Números capítulo 21 en tu Biblia),
moribundo por la mordida de serpientes, miró por fe a la serpiente de bronce en
el asta y fue sanado conforme Dios había prometido. La serpiente de fundición
era símbolo del Salvador que vendría y sufriría el fuego de la ira de Dios,
siendo levantado Él en vil cruz. Pero quien le mirara por fe sería salvo de la
condenación; tendría vida eterna al obedecer la invitación divina.
Ana
("Amelia") Hull puso su fe en Jesús como su Salvador. Sin decir,
hacer o pagar nada, ella creyó. Miró al Calvario y tomó esa obra para sí. El
día después le contó todo esto a su papá con franqueza y alegría. Y así fue que
él había dicho: "Pues, mañana a las 9:00. El castigo procede."
El
militar echó una mirada a lo que la muy capacitada joven había escrito durante
la noche. Las primeras líneas decían—
La mirada de fe al que
ha muerto en la Cruz
Infalible la vida nos da.
Mira, pues, pecador, mira pronto a Jesús,
Y tu alma la vida hallará.
Infalible la vida nos da.
Mira, pues, pecador, mira pronto a Jesús,
Y tu alma la vida hallará.
Atónito,
el hombre no sabía qué hacer. Ella guardó silencio, y él también. Fruncido el
ceño, siguió con la lectura …
¿Su penoso sufrir en la Cruz qué valió,
Si tus culpas no estaban allí?
¿Qué valió su morir, si tu deuda no fue
Con su sangre pagada por ti?
Se le
fue todo pensamiento del prestigio de la familia, la pompa de la catedral, y
aun la conducta de su hija. El látigo se quedó sobre la mesita. El Capitán
estaba pensando ya en lo que él era, lo que él necesitaba y lo que Otro hizo
por él.
Vez
tras vez iba a leer la poesía y escuchar mientras Amelia le señalaba lo que
estaba aprendiendo de su Biblia. Cubría su cabeza con las manos, azotado como
si fuera por su conciencia pero alentado por la posibilidad de encontrar lo que
el rostro y la pluma de su hija le decían. La luz del glorioso evangelio de
Dios en la faz de Jesucristo penetró por fin su corazón mientras repasó las
grandes verdades que la señorita había expresado—
Ni el gemir, ni el
llorar,
de la culpa el baldón,
O la pena quitarte podrá.
Sólo Cristo en la Cruz,
padeciendo hasta el fin,
Ha podido tu carga llevar.
de la culpa el baldón,
O la pena quitarte podrá.
Sólo Cristo en la Cruz,
padeciendo hasta el fin,
Ha podido tu carga llevar.
El padre
de la poetisa fue sólo el primero entre muchos que han puesto la mirada de fe
en la Cruz del Calvario al leer o cantar que Jesús …
Con inmensa bondad tus
pecados tomó,
Y por ellos la muerte cruel.
De inefable sufrir compasivo abrazó
Para darte la vida y el bien.
Y por ellos la muerte cruel.
De inefable sufrir compasivo abrazó
Para darte la vida y el bien.
Sería
interesante seguir con la historia de lo mucho que el evangelio hizo en aquella
extensa familia, pero más importante es preguntar qué hizo Cristo por ti. Y, la
otra pregunta: ¿Qué has hecho tú con Cristo? Te damos la misma invitación cariñosa
que la talentosa inglesa supo escribir para su papá—
Oye, pues, con placer el
decreto de Dios
(Bondadoso la vida te da),
Y recibe con fe el mensaje de amor
Que te anuncia el perdón y la paz.
(Bondadoso la vida te da),
Y recibe con fe el mensaje de amor
Que te anuncia el perdón y la paz.
Donald. R. Alves, padre.
(Haz clic en el enlace arriba para escuchar y descargar).
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interesante y hasta curiosa para el conocimiento
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¡Que glorioso nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo! Precioso himno profundidades exuberantes en las líneas de ese canto que exalta la obra de Cristo a nuestro favor. Gracias por compartirlo.
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