En una época de barreras culturales, religiosas y físicas, el acto de tocar a alguien podía ser transgresor, incluso escandaloso. Y sin embargo, en los Evangelios, Jesús lo hace repetidamente. La frase “le tocó”, “tocándole”, o similares aparece en momentos claves durante su ministerio, y en cada caso, ese contacto físico se convierte en una manifestación del Reino de Dios: sanador, restaurador, liberador.
Para una generación que lucha con el aislamiento, el miedo al contagio y la desconexión relacional, estas escenas no son solo históricas: son espiritualmente contemporáneas. ¿Qué significó que Jesús tocara a un leproso, a una niña muerta o a los ojos de un ciego? ¿Y qué implica eso para nosotros hoy? Veamos a continuación cuando Dios extiende su mano:
- Jesús toca al leproso – Mateo 8:3; Marcos 1:41; Lucas 5:13.
> “Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio.” (Mateo 8:3).
La palabra griega usada frecuentemente en estos pasajes es “ἥψατο” (hēpsato) — del verbo haptomai, que significa “tocar” o “asir”. No es un roce accidental, sino un acto intencional. El mismo Señor propició estos contactos deliberadamente. Al igual que en ese momento es Jesús quién quiere tener un contacto cercano y personal contigo, hoy si se lo permites.
El leproso era considerado impuro, intocable. Cualquiera que lo tocara quedaba también contaminado (Lev. 13:45-46). Pero Jesús, lejos de contaminarse, purifica. Este toque revierte el orden natural religioso: la santidad de Cristo vence la impureza. Nada de lo hayas hecho le impide querer relacionarse contigo.
Cristo no teme nuestra inmundicia moral, emocional o espiritual. Él se acerca a nuestras heridas más repulsivas con el único propósito de sanarlas. Durante su ministerio público Jesús comía y bebía con publicanos y pecadores, El solo busca almas que sientan su necesidad de sanidad.
El toque de Jesús no es solo poder. Es presencia. Como señala el eminente escritor Jhon Lennox en sus escritos, <el cristianismo es único en su afirmación de un Dios que entra en el mundo físico. No se limita a “enviar energía” desde el cielo. Él se involucra corporalmente>. La encarnación no es solo un dogma: es una declaración radical de que Dios se compromete con nuestra materia, nuestra miseria, nuestra humanidad. En cada toque, Jesús reitera que no vino a evitar nuestra suciedad, sino a redimirla.
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