martes, 16 de diciembre de 2025

El carbón y el fuego que sana las palabras. Isaías 6:6 .txt no. 133.


                                 

    Hay escenas bíblicas que, aunque breves, quedan grabadas con una fuerza extraordinaria. Isaías 6 es una de ellas. El profeta contempla la santidad abrumadora de Dios, reconoce su propia impureza y, en medio de esa crisis, ocurre un gesto tan extraño como profundamente revelador: > “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas” (Isaías 6:6).

    Este carbón ardiente es un símbolo teológico denso, cargado de sentido bíblico, espiritual y racional. Como diría John Lennox, la fe bíblica no huye del pensamiento profundo, sino que lo invita a arrodillarse ante la verdad.

    El problema se soluciona depurando el origen, es un asunto de mi santidad. Isaías acaba de confesar: > “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios…” (Isaías 6:5). Es interesante notar que Isaías no menciona primero sus acciones, sino sus labios. En la Biblia, los labios representan la expresión exterior del corazón. No es casualidad que Jesús diga siglos después: > “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34).

    El profeta entiende algo clave: no se puede anunciar la verdad de un Dios santo con una voz no purificada. El problema no es simplemente moral; es ontológico. La santidad de Dios revela la insuficiencia humana.

    El carbón: juicio que no destruye, fuego que sana. El carbón encendido proviene del altar, el lugar del sacrificio. Esto es crucial. No es un fuego cualquiera, sino un fuego consagrado, un fuego que ya ha tocado la sangre de la ofrenda sacrificada.

    En toda la Biblia, el fuego tiene una doble función: Juicio (consume lo impuro); Purificación (refina lo valioso). El carbón toca los labios de Isaías —el lugar de su culpa confesada— pero no lo destruye. Lo purifica. > “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6:7).

    Aquí encontramos una lógica profundamente bíblica y razonable: Dios no niega el pecado, sino que lo trata con un medio que Él mismo provee. No es Isaías quien se limpia; es Dios quien actúa.

    El carbón en el resto de la Escritura tiene un simbolismo significativo. El símbolo del carbón aparece en momentos clave de la revelación bíblica:

a).- Carbón y la presencia divina, en el Salmos 18:8, cuando Dios se manifiesta con poder, se dice: > “De su boca salían carbones encendidos”. El carbón está asociado a la energía activa de Dios, y a su palabra eficaz.

b).- Carbón y juicio purificador, en Proverbios 25:21–22: > “Ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Pablo retoma esta imagen en Romanos 12. No se trata de venganza, sino de un acto que confronta, quema la dureza y abre la posibilidad de arrepentimiento.

c).- Carbón y refinamiento. Aunque no siempre se mencione literalmente el carbón, la idea del fuego refinador atraviesa textos como Malaquías 3:2–3: > “Será como fuego purificador… y purificará a los hijos de Leví”. El patrón es claro: Dios purifica para enviar, limpia para restaurar la función original.

    Cristo y el carbón definitivo: Desde una lectura cristiana, el altar apunta inevitablemente a Cristo. Él es el sacrificio definitivo. El fuego del juicio que merecíamos no se niega, pero cae sobre Él. En el día de Pentecostés, el fuego vuelve a aparecer: > “Se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego…” (Hechos 2:3). Ahora no toca solo a un profeta, sino a toda la comunidad. El fuego ya no quema labios para silenciar, sino que enciende labios para anunciar.

    El carbón en Isaías 6 no es un castigo cruel, sino una gracia ardiente. Dios no anestesia al profeta; lo sana de manera profunda. La fe bíblica no promete una transformación superficial, sino una purificación real, incluso dolorosa, pero siempre redentora.

    En un mundo saturado de palabras, Dios sigue buscando labios que hayan sido tocados por su fuego. No para hablar más fuerte, sino para hablar con verdad. Y quizás la pregunta final no sea si estamos dispuestos a hablar por Dios, sino si estamos dispuestos a dejar que Él toque primero nuestros labios para purificarnos primero.

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domingo, 7 de diciembre de 2025

“Cuando la visión divina transforma: Isaías 6:1-7”.txt, mp4 no. 132.


  

    En Isaías 6:1–7 encontramos uno de los pasajes más sublimes de toda la Escritura porque nos muestra cómo la verdadera adoración expone, purifica y comisiona. Es un texto que no solo revela la gloria de Dios, sino también el proceso mediante el cual un creyente es preparado para servir.

1. La tansformación comienza con una visión correcta de Dios (v.1-4).

    Isaías inicia diciendo: “En el año que murió el rey Uzías, vi yo al Señor…”
La muerte del rey marcó una crisis nacional, pero también un momento de claridad espiritual. Cuando los tronos humanos se vacían, el trono eterno se vuelve más visible. La visión de Isaías no es sentimental; es majestuosa, llena de símbolos de soberanía:

  • El Señor sentado en Su trono: imagen de autoridad absoluta.

  • Las faldas de su manto llenaban el templo: la gloria divina saturando todo.

  • Serafines proclamando: “Santo, santo, santo”: un énfasis triple que en hebreo expresa superlativo; Dios no es solo santo, sino infinitamente santo.

    Warren W. Wiersbe solía decir que la adoración no comienza con nosotros hablando, sino con nosotros viendo. Antes de responder, Isaías contempla. Antes de ser enviado, es sobrecogido. Toda adoración genuina inicia cuando el creyente se encuentra con la grandeza de Dios y reconoce que está ante alguien totalmente distinto a él.

2. La verdadera visión divina revela nuestra condición (v.5).

    Ante esta visión, Isaías exclama: “¡Ay de mí!”
Este “ay” es el mismo término profético que él antes había pronunciado sobre Judá; ahora lo pronuncia sobre sí mismo. La adoración auténtica no nos infla el ego; nos quiebra el orgullo.

    Isaías reconoce dos cosas:

  • Su contaminación personal – “soy hombre de labios inmundos”, es decir, su instrumento de servicio (la palabra profética) estaba afectado por el pecado.
  • La contaminación colectiva – “habito en medio de un pueblo de labios inmundos”. La adoración lo hace consciente no solo de su pecado individual, sino del ambiente espiritual que lo rodea.

    Como diría Wiersbe: “No podemos ver cuán sucios estamos hasta que veamos cuán santo es Dios.”

3. La gracia de Dios responde al corazón quebrantado (v.6-7).

    Aquí aparece la parte más poderosa del relato: un serafín toma del altar un carbón encendido y toca los labios del profeta. Este gesto no es castigo, sino purificación. No es destrucción, sino misericordia activa.

    El carbón proviene del altar, el lugar del sacrificio. Es una señal de que la purificación no surge del esfuerzo humano, sino del acto expiatorio de Dios. El toque del carbón produce tres efectos:

  • Contacto personal: Dios no envía un mensaje lejano; toca el área exacta de la necesidad del profeta—sus labios.
  • Purificación inmediata: “tu culpa ha sido quitada”. No hay proceso lento ni mérito humano; hay gracia aplicada directamente.
  • Capacitación para servir: antes del envío (v.8), viene la limpieza. El servicio sin purificación se convierte en activismo; el servicio después de la purificación es adoración en acción.

    Este toque simboliza para el creyente lo que Cristo logra en su obra redentora: limpia lo que confiesa y capacita lo que llama. La adoración nos lleva a reconocer nuestro pecado, pero la gracia nos levanta para continuar.

4. La visión divina que transforma prepara para la misión.

    Aunque el pasaje solicitado llega hasta el versículo 7, no podemos ignorar que el resultado natural aparece en el versículo 8: “Heme aquí, envíame a mí.”
El que adora correctamente responde con disposición; la visión del Dios santo, la confesión sincera y la purificación divina forman el corazón del siervo.

    Isaías 6:1–7 nos enseña que la adoración no es solo un acto litúrgico, sino una experiencia transformadora:

  • Miramos a Dios y vemos Su santidad.

  • Nos miramos a nosotros y reconocemos nuestra necesidad.

  • Dios se acerca y nos purifica.

  • El corazón purificado se vuelve disponible para ser enviado al servicio a Dios.

    Que nuestra adoración, como la de Isaías, nos lleve más allá de las palabras cantadas y nos conduzca a ese encuentro que purifica los labios, renueva la vida y enciende la vocación.

Para ampliar un poco más este tema, mira este video.

El poder purificador de un simple carbón. ICE la Orotava, 07/12/2025. 

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sábado, 29 de noviembre de 2025

Costumbres del Señor dignas de imitar (actualizada),txt .mp4 no. 131.

 

Mensaje basado en Marcos 10:1; Lucas 22:39–40; Lucas 4:16

Hay hábitos que moldean la vida más de lo que pensamos. Un padre que cada mañana dedica unos minutos a orar antes de salir de casa no solo está cumpliendo una disciplina espiritual; está marcando un rumbo que, con el tiempo, influye en su carácter, en la atmósfera familiar y en su manera de enfrentar la vida. Los hábitos —buenos o malos— se convierten en senderos que pavimentan nuestro futuro espiritual.

Cuando observamos los Evangelios, descubrimos que el Señor Jesús también tenía hábitos. No improvisaba su vida espiritual. En los evangelios destacan frases tales “como solía” (Marcos 10:1; Lucas 22:39) y “su costumbre” (Lucas 4:16) para mostrarnos que el Hijo de Dios vivió con patrones espirituales constantes y deliberados. Estas no son menciones casuales: son ventanas a la forma en que Cristo caminó por este mundo… para enseñarnos cómo debemos caminar nosotros.

Seguidamente describiremos tres (3) costumbres del Señor Jesucristo dignas de imitar:

1. Jesús tenía costumbres espirituales estables en medio del movimiento de la vida (Marcos 10:1). El ejercía su ministerio fielmente.

“…volvió Jesús a la región de Judea… y volvió el pueblo a juntarse a él; y de nuevo les enseñaba, como solía.”

Marcos presenta a Jesús en un contexto dinámico, rodeado de multitudes y demandas constantes. Aun así, el evangelista subraya que Jesús tenía un hábito: enseñar. No respondía solo a la urgencia del momento ni actuaba guiado por la presión externa. Su ministerio fluía desde una disciplina interna.

Exegéticamente hablando, la expresión “como solía” (gr. ēthos o eiōthei en sus variantes) implica repetición deliberada, un patrón definido. Jesús no enseñaba ocasionalmente; enseñaba porque era parte de la esencia de su misión y de su disciplina cotidiana. Antes que actividades extraordinarias, la vida cristiana necesita hábitos santos. La formación espiritual no ocurre por eventos aislados, sino por prácticas constantes: estudiar la Palabra, servir, congregarse, discipular, enseñar. La estabilidad de una iglesia no depende de momentos brillantes, sino de costumbres fieles.

Ahora en el evangelio de Mateo, se no describe el último mandamiento que el Señor les dejó a todos sus discípulos Mat 28:18-20. Allí el mensaje es claro "Id y haced discípulos... enseñándoles". Así que la costumbre del Señor de enseñar la palabra a sus criaturas, se traslada a nosotros en este pasaje. Debemos ir y ganar discípulos para luego enseñarles todas las cosas que el Señor nos mandó. (Si quieres ampliar con más detalle este punto ve el video adjunto).

2. Jesús buscaba comunión con el Padre en o ración como un hábito, especialmente en tiempos de prueba (Lucas 22:39–40). El practicaba el hábito de la oración.

“Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos… Orad para que no entréis en tentación.”

En el contexto más oscuro de su vida terrenal —previo a Getsemaní— Jesús vuelve al lugar habitual de oración. Esta frase, aparentemente sencilla, es una de las joyas pastorales más profundas del Evangelio.

Exegéticamente hablando, Lucas usa el término que indica ruta frecuente, dirección conocida. Jesús no buscó un lugar nuevo para enfrentar su angustia; fue al lugar donde había cultivado su comunión. No improvisó la oración en la crisis: llevó la crisis al terreno donde la oración ya tenía historia. No podemos enfrentar el día malo sin haber construido un “monte de los Olivos” personal. Quien ora solo cuando está en crisis, ora un día tarde. Los hábitos espirituales son preparación previa. La iglesia de Cristo necesita lugares y ritmos donde, una y otra vez, se encuentre con el Padre.

3. Jesús tenía la costumbre de participar fielmente en la vida congregacional (Lucas 4:16).  El cumplía fielmente la costumbre de congregarse en torno a la palabra divina.

“…y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.”

Jesús, siendo el Verbo encarnado, se sometió a la práctica regular de asistir a la sinagoga. No por necesidad espiritual, sino por obediencia al camino del Padre y como modelo para sus discípulos.

Exegéticamente hablando, la expresión “su costumbre” muestra que Jesús participaba activamente en la vida comunitaria: escuchaba la Palabra, enseñaba, adoraba junto al pueblo. Esto no era ritualismo; era compromiso relacional y espiritual. Si Jesús —el Hijo sin pecado— consideró esencial involucrarse en la reunión congregacional, ¿Cuánto más nosotros? La asistencia constante, la lectura pública, la adoración colectiva no son meros hábitos sociales: son disciplinas formativas que modelan el corazón de los creyentes y sostienen a la comunidad.

En conclusión, las Escrituras no mencionan las costumbres de Jesús para llenar espacio narrativo; lo hacen para mostrar una vida ordenada alrededor de lo esencial. Sus hábitos no solo revelan a un Maestro disciplinado, sino al verdadero Hombre que vivió como debiéramos vivir.

  • Enseñaba como solía → hábito de edificar.
  • Oraba como solía → hábito de depender.
  • Se congregaba según su costumbre → hábito de participar.

Imitar a Jesús no comienza con grandes gestas, sino con pequeñas fidelidades repetidas. La iglesia de Cristo necesita recuperar estos ritmos: una vida marcada por costumbres santas que, con el tiempo, nos formen a la imagen de Aquel que seguimos.

Que el Señor nos conceda establecer hábitos que lo honren y sostengan nuestra fe, hasta que nuestras vidas puedan decirse también: “como solía”.

Amplia más este tema viendo este video. Costumbres de Jesús dignas de imitar.mp4

(Haz clic sobre el título para ver el video)

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viernes, 28 de noviembre de 2025

“Ríos de agua viva para el sediento”, 2da parte Juan 7:37.txt no. 130.

  

     En una ciudad que conoce la fragilidad del agua —una ciudad que depende de estanques, no de ríos— Jesús promete algo que desafía el paisaje mismo: Ríos de agua viva fluyendo desde adentro. Era como decir: “Las ceremonias pueden recordar la provisión de Dios, pero Yo soy la provisión misma.”

     Mientras el sacerdote derrama agua simbólica, Jesús ofrece agua real, la vida del Espíritu Santo en los que le reciben (Juan 7:39).

     Mientras la gente celebra lo que Dios hizo en el pasado, Jesús invita a experimentar a Dios en el presente.

     Mientras Jerusalén sobrevive de cisternas y reservas, Jesús promete una fuente inagotable.
   Hermanos y hermanas, este texto nos confronta con una verdad sencilla pero profunda:
    No basta con participar en rituales. No basta con estar cerca del agua viva. Hay que beberla.

     Dios no nos llamó a vivir de nuestras fuerzas, sino del fluir del Espíritu. 
  • La vida del Espíritu no es un lujo, es la fuente de nuestra perseverancia, nuestro gozo y nuestro servicio.
  • Y un río no existe para sí mismo. Alrededor de los ríos surgue la vida, se alimenta la naturaleza, se crean grandes civilizaciones. Cuando Jesús promete que de nuestro interior correrán ríos, está diciendo que otros podrán encontrar vida espiritual a través de nuestro testimonio.
    Tu hogar, tu trabajo, tu entorno, todos pueden ser bendecidos por lo que Dios está haciendo en ti.
    Y si hoy me escuchas y no te consideras creyente, permíteme decirte algo con respeto y amor:
    Esa sed interior que sientes no es un defecto, es una señal. Es Dios recordándote que fuiste creado para algo más que sobrevivir.
    Jesús no dijo: “Si alguno tiene mérito…” “Si alguno tiene una vida religiosa impecable…” No. Él dijo: “Si alguno tiene sed…”
   El único requisito es reconocer la necesidad. Él no ofrece religión, ofrece vida. No ofrece una teoría, se ofrece a Él mismo.
   Una invitación que sigue abierta. En aquel día final de la fiesta, Jesús no solo habló al pueblo reunido; habló a toda generación futura. Sus palabras aún resuenan:
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.”
    Y hoy, esa invitación sigue vigente: Para el cansado. Para el que ha buscado en pozos rotos. Para el que ha probado todo y nada lo ha saciado. Para el creyente seco y para el incrédulo sediento.
   Cristo no te ofrece un sorbo, te ofrece un río. No te ofrece un recuerdo, te ofrece una vida que fluye. No te ofrece rito, te ofrece relación.

    Que cada uno de nosotros escuche con humildad esta voz que sobrepasa los rituales, que rompe el silencio y que sacia la sed más profunda: “Ven… y bebe.”

Comienza aquí: Rios de agua viva para el sediento 1ra. parte. (haz clic aquí para leer).

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“Ríos de agua viva para el sediento” 1ra. parte Juan 7:37.txt no. 129.

 

    Todos conocemos el cansancio físico; lo sentimos en los músculos, en la respiración, en el pulso. Pero hay un cansancio más profundo, uno que no se resuelve con una siesta ni con un vaso de agua. Es ese cansancio del alma que aparece en los momentos de silencio, cuando ya no queda nada que nos distraiga. Es entonces cuando surge una pregunta honesta: ¿Por qué sigo sintiendo que algo me falta? Las Escrituras llaman a eso sed —no una sed fisiológica, sino espiritual existencial. Y es precisamente en ese contexto que Jesús pronuncia una de las declaraciones más penetrantes de todo el Evangelio.

    Imaginemos Jerusalén en "El último día de la fiesta" las calles están llenas, los peregrinos han venido de todas partes. Es la Fiesta de los Tabernáculos, una de las más alegres del año. Durante una semana entera, Israel recuerda cómo Dios los sostuvo en el desierto. Los judíos levantan cabañas improvisadas, celebran, cantan, dan gracias, y participan en un rito muy significativo: la ceremonia del agua.

    Cada día, al amanecer, un sacerdote desciende desde el Templo hasta el estanque de Siloé. Toma agua con una jarra de oro, y mientras regresa, la multitud entona Isaías 12:3: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación.” Luego esa agua se derrama sobre el altar, simbolizando la provisión divina y apuntando a la esperanza del futuro derramamiento del Espíritu Santo.

    Es una fiesta colorida, alegre, luminosa. Pero también es una fiesta profundamente religiosa, llena de significado. Y es allí, en el último y más solemne día, cuando las voces se calman y el rito llega a su punto culminante, que Jesús se pone de pie.

   El texto dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.’” (Juan 7:37)

   No es un comentario susurrado. Jesús "se puso en pie" para que todos lo pudiesen ver y así todos pudieran saber a quién dirigirse, pero también “alzó la voz” para que su invitación llegara a todos. Hoy esta invitación esta llegando a ti que lees estas lineas. ¿Tienes sed de Dios? entonces Jesús es la respuesta, debes ir a El y "beber" de sus palabras para saciar tu necesidad.

             Que cada uno de nosotros escuche con humildad esta voz que sobrepasa los rituales, que rompe             el silencio y que sacia la sed más profunda: Así que te invito hoy “Ven… y bebe.”

...Continua aquí:   Rios de agua viva para el sediento 2da. parte (haz clic aquí para leer).

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viernes, 21 de noviembre de 2025

Cómo estaba constituida una sinagoga en tiempos de Jesús. txt no. 128.


 Aunque las sinagogas no se describen detalladamente en el Antiguo Testamento, para el siglo I ya eran el centro espiritual, educativo y comunitario del judaísmo disperso. Su estructura no era idéntica en todas partes, pero sí existían elementos comunes que nos ayudan a entender el marco en el que Jesús creció y ministró.

El edificio y su disposición interna, Una sinagoga típica incluía:

  • Un salón principal de reunión
    Generalmente rectangular, con bancas o asientos alrededor de las paredes. La congregación se sentaba mirando hacia el centro, lo que fomentaba participación y atención.
  • El arca o arón ha-qodesh
    Una especie de gabinete o cofre donde se guardaban cuidadosamente los rollos de la Ley (Torá). Estaba ubicado en el lado del edificio orientado hacia Jerusalén.
  • La bimá o plataforma de lectura
    Un pequeño estrado o mesa elevada desde donde se leía la Escritura. No era un púlpito como lo entendemos hoy, sino un punto central que destacaba la primacía del texto bíblico.
  • Asientos especiales para ancianos o dirigentes
    Conocidos como “los primeros asientos”, no por prestigio sino por responsabilidad.
  • Espacio para enseñanza y discusión:
    La sinagoga era tanto un lugar de culto como una escuela comunitaria. La lectura de la Escritura llevaba a la explicación, diálogo y aplicación.
    Los roles dentro de la sinagoga. Aunque no había sacerdotes en la sinagoga —pues el sacerdocio era exclusivo del templo— sí existían oficios significativos:
  • El archisinagogo (o principal de la sinagoga):
    No era un predicador, sino el responsable del orden, la administración y la supervisión de las reuniones.
  • El hazzán:
    Algo así como un asistente ministerial. Cuidaba los rollos, preparaba la lectura, mantenía el orden práctico y podía enseñar a los niños.
  • Los ancianos:
    Hombres respetados por su madurez, que guiaban a la comunidad en disciplina, enseñanza y decisiones.
  • Lectores y expositores invitados:
    Cualquier varón judío adulto podía ser invitado a leer y comentar la Escritura. Por esto Jesús podía levantarse a leer y luego enseñar, especialmente en su tierra natal.

    Cómo se desarrollaban las reuniones de la sinagoga.  Las sinagogas tenían reuniones regulares los días de reposo, los lunes, los jueves y festividades especiales. El día de reposo era el foco principal.

Una reunión típica seguía un orden sencillo pero profundo:

·               Oración inicial y bendiciones

La congregación recitaba oraciones tradicionales —como el Shemá (“Oye, Israel…”)— y bendiciones que exaltaban al Señor por la Ley y la redención.

·               Lectura de la Torá

Esto era central. Se leían porciones asignadas de los cinco libros de Moisés. La lectura era solemne, cuidada y reverente. Varios lectores podían participar.

·               Lectura de los Profetas

Después de la Torá, se seleccionaba una lectura de los Profetas. Fue precisamente esta parte del servicio la que Jesús leyó en Lucas 4:16–21 (cuando se le dio el rollo de Isaías).

·               Explicación o exposición

Un lector o maestro —a veces un invitado como Jesús— explicaba el texto leído. Este momento podía incluir comentarios, exhortaciones y aplicaciones prácticas. No era una “predicación” en sentido moderno, pero sí un acto profundamente instructivo.

·               Oraciones finales y bendición

El servicio concluía con más oración y una bendición pronunciada por alguien designado. Luego venía el compañerismo, la conversación sobre la Escritura y la vida comunitaria.


 Y para la iglesia de hoy, el mensaje es claro:

  • La vida congregacional no es opcional; forma, pule y sostiene el alma.
  • La lectura pública de la Escritura no es un adorno del culto, es su columna vertebral.
  • El Señor sigue obrando mediante ritmos espirituales y comunitarios, no solo experiencias espontáneas.
  • La fidelidad a un cuerpo local es parte del modelo de Cristo para sus discípulos.
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