En una época de barreras culturales, religiosas y físicas, el acto de tocar a alguien podía ser transgresor, incluso escandaloso. Y sin embargo, en los Evangelios, Jesús lo hace repetidamente. La frase “le tocó”, “tocándole”, o similares aparece en momentos claves durante su ministerio, y en cada caso, ese contacto físico se convierte en una manifestación del Reino de Dios: sanador, restaurador, liberador y por mucho cercano.
Para una generación que lucha con el aislamiento, el miedo al contagio y la desconexión relacional, estas escenas no son solo históricas: son espiritualmente contemporáneas. ¿Qué significó que Jesús tocara a un leproso, a una niña muerta o a los ojos de un ciego? ¿Y qué implica eso para nosotros hoy? Veamos a continuación cuando Dios extiende su mano:
> “Y tocando su oreja, le sanó.” (Lucas 22:51)
En medio del arresto de Jesús en el monte de los olivos, cuando todo apunta al caos, Jesús responde con misericordia. Su último milagro antes de la cruz es un toque de restauración a un enemigo. Cristo no solo corrige el entuerto que Pedro hizo sino que le devuelve a su agresor el sentido perdido. El toque milagroso de Jesús quiere y puede devolverte definitivamente todo lo que el mundo o tu mal preceder te hizo perder. Aun cuando somos hostiles, Jesús no nos golpea. Sino que nos toca y nos sana.
Ahora que papel jugamos los creyentes redimidos en este rol de acercamiento "para tocar". Jesús, al tocarnos, nos da una nueva vocación: ser sus manos en el mundo. En una sociedad marcada por el miedo al contacto (emocional, espiritual o físico), estamos llamados a "tocar", (entiéndase bien la frase) con compasión, pureza e intención mediadora. ¿A quién has evitado por miedo, prejuicio o comodidad? ¿Hay alguien "intocable" en tu entorno que necesita ser amado con el toque de Cristo a través de ti? La iglesia no debe ser un museo de puritanismo, sino un hospital donde el toque de gracia fluye de unos a otros y hacia el mundo.
¿Y si Dios quiere tocarte? Muchos ven a Dios como lejano, intocable o desinteresado. Pero el Evangelio presenta a un Dios que, en Cristo, te busca para tocarte. No para juzgarte de inmediato, sino para sanarte, despertarte, devolverte la visión y limpiarte.
El toque de Jesús no fue reservado para los "buenos" (aunque nadie lo sea). Fue para los impuros, los desahuciados, los confundidos y los enemigos. Si eso te describe, entonces eres exactamente el tipo de persona que Él tocó cuando caminó por esta tierra. Y El quiere hacerlo ahora en tu vida.