Una de las grandes virtudes del apóstol Pablo es su honestidad radical al describir la condición humana delante de Dios. En Romanos 5, lejos de suavizar el diagnóstico, Pablo lo presenta con una claridad que incomoda pero que, al mismo tiempo, prepara el terreno para una esperanza sólida.
No podremos entender correctamente el amor de Dios si antes no comprendemos quiénes éramos antes de ser alcanzados por ese amor.
Romanos 5:6, 8 y 10 describen tres estados espirituales del ser humano antes de Cristo: débiles, pecadores y enemigos. Cada uno revela una carencia profunda, y cada uno encuentra su respuesta plena en la obra de Cristo. Veamos seguidamente cuales son:
1. Débiles: incapaces de salvarnos. > “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6).
La palabra griega usada aquí (asthenēs) no se refiere simplemente a fragilidad emocional, sino a incapacidad real. Pablo afirma que el ser humano no estaba simplemente enfermo, sino impotente espiritualmente para reconciliarse con Dios. Somos incapaces de hacer algo por nuestros propios medios para nuestro beneficio espiritual.
Esta debilidad es descrita en otros textos bíblicos: “No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:11). “Estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).
Un muerto no puede responder; un débil espiritual no puede salvarse a sí mismo. Aquí se rompe el mito del auto salvamento moral. Como diría Jhon Lennox, "el cristianismo no comienza con lo que el hombre puede hacer por Dios, sino con lo que Dios hace por el hombre". Sin embargo ante esta necesidad Cristo suple nuestra debilidad, “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). y “Porque lo que era imposible para la ley… Dios, enviando a su Hijo…” (Romanos 8:3). Cristo no espera que dejemos de ser débiles para salvarnos; hace suya nuestra debilidad y la vence desde dentro.
2. Pecadores: culpables delante de Dios. > “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Aquí Pablo avanza del plano de la incapacidad al de la culpa moral. No solo éramos débiles; éramos responsables por nuestros actos. El pecado no es solo error, sino rebelión deliberada contra la voluntad santa de Dios. La Escritura es consistente en este diagnóstico: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4).
El problema del pecado no es solo que nos dañe, sino que nos separa de Dios (Isaías 59:2). Si Dios es justo —y la Biblia afirma que lo es— el pecado no puede ser ignorado.
A pesar de todo lo anterior Cristo suple nuestra culpa: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). “Justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). “La sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
En la cruz, Dios no relativiza el pecado; lo juzga plenamente, y al mismo tiempo ofrece perdón real. La justicia y el amor no se contradicen, se encuentran personificadas en Cristo.
3. Enemigos: hostiles hacia Dios. > “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…” (Romanos 5:10).
Este es el diagnóstico más duro. Pablo no dice que éramos neutrales, sino enemigos (echthroi). No se trata solo de que no buscábamos a Dios, sino que, en el fondo, resistíamos su autoridad éramos opositores a El. Jesús mismo afirmó esta realidad: “La luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Juan 3:19). “Porque la mente carnal es enemistad contra Dios” (Romanos 8:7).
El problema último del ser humano no es solo moral, sino relacional: rechazamos el señorío de Dios. Cristo suple nuestra enemistad con reconciliación. “Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). “Ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:10).
La obra de Cristo en la cruz no solo nos perdona; nos cambia de bando. De enemigos pasamos a ser hijos (Romanos 8:15).
En conclusión Cristo nos ofrece una gracia proporcional a nuestra necesidad extrema y gradualmente deplorable. Romanos 5 no disminuye nuestra condición; la expone con crudeza. Pero precisamente por eso, la obra de Cristo resplandece con mayor fuerza.
- A débiles, nos da PODER.
- A pecadores, nos da JUSTIFICACIÓN.
- A enemigos, nos da RECONCILIACIÓN.
Como escribió el gran apóstol Pablo: > “Mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9).
El cristianismo no es el relato de una humanidad que asciende hacia Dios, sino de un Dios que desciende hasta la profundidad de nuestra condición para levantarnos y hacernos dignos ante el Padre. Esa es la lógica de la gracia. Y esa lógica sigue transformando vidas hoy. ¿Dejaras que ese poder transformador te cambie para siempre?

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