No podremos entender correctamente el amor de Dios si antes no comprendemos quiénes éramos antes de ser alcanzados por ese amor.
Romanos 5:6, 8 y 10 describen tres estados espirituales del ser humano antes de Cristo: débiles, pecadores y enemigos. Cada uno revela una carencia profunda, y cada uno encuentra su respuesta plena en la obra de Cristo. Veamos seguidamente cuales son:
Artículo 2 — “Pecadores”: la culpabilidad moral delante de Dios > “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8)
El término hamartōlōn señala responsabilidad moral objetiva, no mera imperfección. Pablo no reduce el pecado a un error psicológico o cultural, sino que lo presenta como transgresión real contra la ley santa de Dios. Romanos 5:8 introduce una dimensión judicial: el amor de Dios se manifiesta en un acto legal sustitutivo, no solo afectivo.
La Escritura mantiene una tensión contrastante continua: Dios es amor (1 Jn 4:8), pero también es justo (Salmo 89:14). Del mismo modo que expresa que el pecado genera culpa: “Todos pecaron” (Romanos 3:23). “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Cualquier teología que diluya la culpa moral vacía la cruz de su necesidad.
La respuesta cristológica se manifiesta. Cristo no ignora el pecado; lo asume vicariamente: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). “Justificados en su sangre” (Romanos 5:9). “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pedro 2:24). Aquí emerge la doctrina de la expiación sustitutiva penal, no como una construcción tardía, sino como el corazón del pensamiento paulino.
En conclusión. El amor de Dios no se demuestra pasando por alto la justicia, sino satisfaciéndola plenamente en Cristo. La cruz no relativiza el pecado; sino que lo confronta y lo vence.

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